La leyenda
La “Ciudad Blanca” es una ciudad perdida. Es otra de esas ciudades escondidas de las que hablaban los nativos americanos con naturalidad y que la desmedida ambición de los conquistadores españoles convirtió en una quimera dorada. Una quimera con la que algunos exploradores continuaron soñando a través de los siglos.
La primera referencia al lugar que podría ser considerado como la “Ciudad Blanca” se le atribuye a Hernán Cortés (1485-1547). En 1526, Cortés le escribe una carta Carlos V, en ella se refiere a una misteriosa ciudad que podría tener más riquezas que México.
Las ruinas fueron identificadas por primera vez en mayo de 2012 durante un reconocimiento aéreo de un valle remoto en La Mosquitia, una vasta región de pantanos, ríos y montañas que abarca algunos de los últimos lugares científicamente inexplorados en la Tierra.
Durante 100 años, exploradores y mineros contaron historias de las murallas blancas de una ciudad perdida que se vislumbraba por encima del follaje de la selva. Relatos indígenas hablan de una “casa blanca” o un “lugar del cacao”, donde los indios se refugiaban de los conquistadores españoles —un paraíso místico similar al Edén del que nadie nunca regresó.
Desde la década de 1920, varias expediciones habían buscado la White City o Ciudad Blanca. El excéntrico explorador Theodore Morde organizó la más famosa de ellas, en 1940, bajo el auspicio del Museo Nacional de los Indígenas Americanos (ahora parte del Instituto Smithsoniano).
Morde regresó de La Mosquitia con miles de artefactos, afirmando haber entrado en la Ciudad Blanca. Según Morde, los indígenas del lugar dijeron que contenía la estatua gigante enterrada de un Dios Mono. El explorador no quiso revelar la ubicación por miedo, expresó, a que el sitio fuera saqueado. Más tarde se suicidó y el lugar, si es que existió, nunca fue identificado.

En contraste con la cercana cultura Maya, esta cultura desaparecida ha sido poco estudiada y sigue siendo prácticamente desconocida. Los arqueólogos ni siquiera le han dado un nombre.
Christopher Fisher, arqueólogo mesoamericano del equipo de la Universidad Estatal de Colorado, explicó que el estado intacto del sitio es "increíblemente raro." El experto especula que la reserva, que se encuentra en la base de la pirámide, pudo haber sido una ofrenda.
“El inalterado contexto es único”, comentó Fisher. Es la ostentación de un poderoso ritual para sacar objetos como estos fuera de circulación”.
La parte superior de 52 artefactos se asomaban por encima de la tierra. Muchos más, evidentemente, se encuentran debajo del suelo, con posibles enterramientos. Entre ellos se encuentran asientos ceremoniales de piedra (llamados metates) y recipientes finamente tallados y decorados con serpientes, figuras zoomorfas y buitres.
El objeto más vistoso que emerge de la tierra es la cabeza de lo que, especula Fisher, podría ser un “hombre-jaguar”, un tipo de félido que quizá representa a un chamán en un estado espiritual transformado. Alternativamente, el artefacto podría estar relacionado con los juegos de pelota ritualizados, los cuales fueron un rasgo característico de la vida precolombina en Mesoamérica.
“La figura parece llevar un casco”, comentó Fisher. El miembro del equipo Oscar Neil Cruz, arqueólogo líder en el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), cree que los artefactos datan del año 1000 a 1400.
Christopher Fisher, arqueólogo mesoamericano del equipo de la Universidad Estatal de Colorado, explicó que el estado intacto del sitio es "increíblemente raro." El experto especula que la reserva, que se encuentra en la base de la pirámide, pudo haber sido una ofrenda.
“El inalterado contexto es único”, comentó Fisher. Es la ostentación de un poderoso ritual para sacar objetos como estos fuera de circulación”.
La parte superior de 52 artefactos se asomaban por encima de la tierra. Muchos más, evidentemente, se encuentran debajo del suelo, con posibles enterramientos. Entre ellos se encuentran asientos ceremoniales de piedra (llamados metates) y recipientes finamente tallados y decorados con serpientes, figuras zoomorfas y buitres.
El objeto más vistoso que emerge de la tierra es la cabeza de lo que, especula Fisher, podría ser un “hombre-jaguar”, un tipo de félido que quizá representa a un chamán en un estado espiritual transformado. Alternativamente, el artefacto podría estar relacionado con los juegos de pelota ritualizados, los cuales fueron un rasgo característico de la vida precolombina en Mesoamérica.
“La figura parece llevar un casco”, comentó Fisher. El miembro del equipo Oscar Neil Cruz, arqueólogo líder en el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), cree que los artefactos datan del año 1000 a 1400.
Los objetos se documentaron pero no se excavaron. Para proteger el lugar contra saqueadores, no se reveló su ubicación.